El Milagro del Perdón

El crimen contra la naturaleza.

...Sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra natura­leza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer,

se encendieron en su lasci­via unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres. —Romanos 1:26,27

La mayor parte de los jóvenes se topan con la mastur­bación desde una edad temprana. Muchas supuestas autoridades declaran que es natural y aceptable, y con fre­cuencia los jóvenes a quienes entrevisto citan a estos autores para justificarse en esta práctica. A esto debemos replicar que las normas del mundo en muchos aspectos, tales como el be­ber, el fumar y las relaciones sexuales en general, sin ir más allá, se apartan cada vez más de las leyes de Dios. La Iglesia tiene una norma diferente y más elevada.

De modo que los profetas de la antigüedad y los de esta época condenan la masturbación. Provoca sensaciones de culpabilidad y vergüenza. Es perjudicial a la espiritualidad. Indica servidumbre a la carne, y no ese dominio sobre ella ni el progreso hacia la divinidad que es el propósito de nuestra vida terrenal. Nuestro profeta de esta época ha indicado que no debe llamarse a la misión a ningún joven que no se encuentre libre de esta práctica.

Aun cuando no debemos considerar esta debilidad como el atroz pecado que otras prácticas sexuales lo son, es suficiente­mente mala en sí misma para exigir un arrepentimiento sin­cero. Más aún, con demasiada frecuencia conduce a pecados graves, incluso ese pecado contra la naturaleza, la homo­sexualidad completa.

El pecado de las edades.

La homosexualidad es un pecado abominable que repugna a aquellos para quienes no representa tentación alguna, así como a muchos ofensores anteriores que están buscando la manera de escaparse de sus garras. Como tema de discusión es vergonzosa y desagradable, pero por motivo de su incre­mento, la necesidad de amonestar al neófito y el deseo de ayu­dar a los que ya se encuentren involucrados, se le da conside­ración en este capítulo.

Se define esta perversión como “inclinación carnal hacia personas del mismo sexo, o relación carnal con otra persona del mismo sexo”, bien sean hombres o mujeres. Es un pecado de las edades. Lo hallamos presente en los días en que Israel anduvo errante, así como antes y después. Los griegos lo toleraron; era común en la Roma decadente. Las antiguas ciudades de Sodoma y Gomorra son símbolos de infame impiedad más particularmente relacionada con esta perversión, como queda indicado en el episodio de los visitantes de Lot. (Véase Génesis 19:5.) Tan degenerada se había vuelto Sodoma, que no se pudo encontrar a diez personas justas (véase Géne­sis 18:23-32), y el Señor tuvo que destruirla. Sin embargo, la repugnante práctica ha persistido. Ya desde los días de Enri­que VIII se hablaba de este vicio como “el abominable y detes­table crimen contra la naturaleza”. Algunos de nuestros propios estatutos han utilizado esa adecuada y descriptiva redacción

El pecado relacionado con las prácticas sexuales tiende a surtir un efecto que, a semejanza de una bola de nieve, va creciendo a la par que rueda. Al desaparecer las restricciones, Satanás incita al hombre carnal a una degeneración cada vez más profunda en su búsqueda de lo emocionante, hasta que en muchos casos llega a apartarse de toda consideración anterior hacia la decencia. Resulta, pues, que en el curso de las edades, posiblemente como extensión de las prácticas homosexuales, los hombres y mujeres se han rebajado aun al grado de buscar deleites sexuales con animales.

Innatural y malo.

Todas estas desviaciones de lo que constituye una relación íntima, normal y propia, entre personas del sexo opuesto no son meramente innaturales, sino malas a la vista de Dios. Igual que el adulterio, el incesto y la bestialidad, estaban su­jetas a la pena capital bajo la ley mosaica.

“Si alguno se ayuntare con varón como con mujer, abominación hicieron; ambos han de ser muertos…

“Cualquiera que tuviere cópula con bestia, ha de ser muerto, y mataréis a la bestia.

“Y si una mujer se llegare a algún animal para ayuntarse con él, a la mujer y al animal matarás; morirán indefectiblemente…” (Le­vítico 20:13, 15, 16).

La ley es menos severa ahora, y lamentablemente también lo es la actitud de la comunidad hacia estos graves pecados: otra evidencia de la deterioración de la sociedad. En algunos países, el acto en sí mismo ni siquiera es considerado ilícito. Esta tendencia a “liberalizar” se manifiesta en los Estados Unidos por medio de comunidades de homosexuales en las ciudades principales, quienes exigen que se acepten como “normales” sus creencias y prácticas tergiversadas, y patroci­nan demostraciones y presentan peticiones para el objeto, y los cuales se han organizado formalmente y aun imprimen sus propias publicaciones pervertidas. Todo esto se hace al descu­bierto, en perjuicio tanto de mentes impresionables, como de instintos susceptibles y la decencia nacional.

Mas permítasenos recalcar que lo correcto y lo incorrecto, la rectitud y el pecado, no dependen de las interpretaciones, conveniencias y actitudes del hombre. La aceptación social no cambia la categoría de un acto, tornando lo malo en bueno. Si toda la gente del mundo aceptara la homosexualidad, como parece haber sido aceptada en Sodoma y Gomorra, la prác­tica seguiría siendo un pecado grave y tenebroso.

Quienes afirmaren que el homosexual es un tercer sexo, y que no hay nada de malo en tales asociaciones, difícilmente pueden creer en Dios o en sus Escrituras. Si Dios no existiese, podría considerarse de un modo distinto tan innatural e in­debida práctica, pero uno jamás podrá justificarla y al mismo tiempo aceptar las Santas Escrituras.

“Aquello que traspasa una ley y no se rige por la ley, antes procura ser una ley a sí mismo, y dispone permanecer en el pecado, y del todo permanece en el pecado, no puede ser santificado por la ley, ni por la misericordia, la justicia o el juicio. Por tanto, tendrá que permanecer sucio aún” (D. y C. 88:35).

El apóstol Pablo señaló con precisión el problema rela­cionado con todos los pecados y perversiones sexuales cuando escribió:

“¿No sabéis que sois templos de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?

“Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; por­que el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es (1 Corintios 3: 16,17).

Una amenaza a la vida familiar.

De los efectos sociales adversos de la homosexualidad, nin­guno es de mayor trascendencia que el efecto que surte en el matrimonio y en el hogar. Las relaciones sexuales normales, dispuestas por Dios, constituyen el acto procreador entre el hombre y la mujer en matrimonio honorable. Así se expresó y se mandó al primer hombre y mujer sobre la tierra:

“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.

“Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra…” (Génesis 1:27,28).

“Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se allegará a su mujer; y serán una sola carne” (Moisés 3:24).

El matrimonio es ordenado por Dios para el hombre, y S. Pablo le declara a Timoteo que quienes prohíben casarse se han apartado de la fe y han escuchado a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios (1 Timoteo 4:1,3). “Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón” (1 Corintios 11:11). Este concepto se ha reiterado en nuestra propia dispensación:

“Y además, de cierto os digo, que quien prohíbe casarse no es orde­nado de Dios, porque él decretó el matrimonio para el hombre.

“Por tanto, es lícito que tenga una esposa, y los dos serán una sola carne, y todo esto para que la tierra cumpla el objeto de su creación” (D. y C. 49:15,16).

En la sección 132 de Doctrinas y Convenios se ennoblece aún más la institución del matrimonio, donde el Señor aclara que únicamente por medio de la unión eterna del hombre y la mujer pueden ellos lograr la vida eterna. Como ejemplo, El afirma que la esposa le es dada al hombre “para multiplicarse y henchir la tierra, de acuerdo con mi mandamiento, para cumplir la promesa dada por mi Padre antes de la fundación del mundo, y para su exaltación en los mundos eternos, a fin de que puedan engendrar las almas de los hombres; pues en esto se perpetúa la obra de mi Padre, a fin de que él sea glori­ficado” (D. y C. 132:63). Estas referencias se relacionan, por supuesto, con el matrimonio celestial.

¿Qué posición ocupa, en este contexto, la perversión de la homosexualidad? Claramente se opone al propósito de Dios, ya que deroga su primer gran mandamiento de “multiplicarse y llenar la tierra”. Si la abominable práctica llegara a ser uni­versal, se despoblaría la tierra en una sola generación. Abro­garía el gran programa que Dios tiene para sus hijos espiri­tuales, en vista de que privaría a incontables espíritus incorpóreos en el mundo celestial de las oportunidades del estado terrenal, y negaría, a todos los que se entregan a esta práctica, la vida eterna que Dios pone al alcance de todos nosotros.

Tan grave como el adulterio.

Por motivo de su gravedad, este pecado impone un fuerte castigo sobre el que no se arrepiente. El ofensor podrá com­prender que la suspensión de derechos o la excomunión es el castigo prescrito para las caricias impúdicas, el adulterio, la fornicación y pecados comparables, si no hay un arrepenti­miento adecuado; sin embargo, con frecuencia supone que en vista de que sus actos no se han cometido con una persona del sexo opuesto, él no está en pecado. Por consiguiente, hágase saber con toda claridad que la gravedad del pecado de homosexualidad es igual o mayor que el de fornicación o adulterio, y que la Iglesia del Señor con igual presteza procederá a suspender o excomulgar al homosexual impenitente, como lo hará con el fornicador o adultero que no se arrepienta.

Programa de la iglesia para prestar ayuda.

Reconociendo la seriedad de este problema en la sociedad moderna, así como la necesidad que tienen los ofensores de que se les ayude a reanudar una vida normal, la Iglesia ha nombrado a dos de sus Autoridades Generales para ayudar a los miembros en general. Bajo la dirección de estos dos her­manos se ha brindado ayuda a muchos en sitios lejanos, así como en los lugares más próximos a las oficinas de la Iglesia, por conducto de los correspondientes obispos o presidentes de estaca. El éxito de este programa de rehabilitación ha llegado al conocimiento de la policía, los tribunales y los jueces, los cuales refieren muchos casos directamente a los dos Hermanos, a veces por vía de libertad condicional.

Curable y perdonable, si se hace el esfuerzo.

Después de haber considerado los aspectos abominables, la repugnancia y propagación del pecado de la homosexuali­dad, la cosa gloriosa que hay que recordar es que puede curarse y perdonarse. El Señor ha prometido que todos los pecados pueden ser perdonados, salvo algunos que se han designado, y esta transgresión no figura entre estos últimos. De manera que es perdonable, si se abandona por completo, y si el arre­pentimiento es sincero y absoluto. Ciertamente se puede vencer, porque son numerosas las personas felices que en un tiempo se encontraban en su poder, pero que desde entonces han transformado sus vidas por completo. Por tanto, a los que dicen que esta práctica o cualquiera otra maldad es incurable, yo respondo: “¿Cómo puede usted decir que la puerta no se puede abrir sino hasta que brote la sangre de sus nudillos, hasta que esté herida su cabeza, hasta que esté adolorida toda su musculatura? Se puede lograr.”

Por supuesto, no se consigue con sólo pedir. Requiere el autodominio. Platón dijo al respecto: “El primero y más importante de los triunfos es dominarte a ti mismo; el ser dominado por ti mismo es de todas las cosas la más vergonzosa y vil.”

Somos nosotros los que usualmente engendramos nuestros males, y corresponde a nosotros corregirlos. El hombre es el amo de su destino, sea bueno o malo; él posee la aptitud in­herente para sanarse físicamente a sí mismo. El médico podrá limpiar una herida, coserla, vendarla correctamente, pero es el poder natural del cuerpo lo que debe efectuar la curación. En igual manera, la curación del espíritu y de la mente debe provenir de adentro, de la voluntad individual. Otros podrán ayudar a cauterizar la herida, aplicar las suturas y proporcionar un ambiente limpio y propio para que sane, pero el cuerpo, con la ayuda del Espíritu debe sanarse a sí mismo. Por consiguiente, unos dominan totalmente la homosexua­lidad en pocos meses; otros proceden con menos fuerza y requieren más tiempo para efectuar el restablecimiento com­pleto. La curación es tan permanente como el individuo la lleve a efecto, y al igual que la cura del alcoholismo, está su­jeta a una vigilancia continua.

Se han presentado hombres para hablar con sus autori­dades en la Iglesia cabizbajos, desanimados, avergonzados, temerosos, y más tarde han salido llenos de confianza y fe en sí mismos, gozando del respeto propio y de la confianza de sus familias. En algunos casos se han presentado las esposas para expresar con lágrimas las gracias por habérseles devuelto a sus esposos. No siempre habían sabido la naturaleza del problema; pero lo habían sentido y comprendían que habían perdido a su esposo. Al principio llegan los hombres sin atre­verse a levantar la vista, y después, durante los últimos meses de entrevistas, pueden mirar directamente a los ojos del que los está entrevistando. Tras la primera entrevista, algunos han admitido: “Me alegro de que me hayan aprehendido. He in­tentado una vez tras otra corregir mi error, pero sabía que necesitaría ayuda y no tenía el valor para solicitarla.”

De todas las numerosas personas que han pasado por este programa especial de la Iglesia, muy pocos han sido excomul­gados. (Estos pocos se mostraron agresivos, rebeldes e inflexibles, y prácticamente exigieron que así se les tratara.) Creemos que nuestro método es uno que el Salvador aprobaría. Hace­mos recordar a la persona su semejanza a Dios y su afinidad con El:

“Y yo, Dios, creé al hombre a mi propia imagen, a imagen de mi Unigénito lo creé; varón y hembra los creé” (Moisés 2:27).

“El Señor dijo a Enoc: He allí a éstos, tus hermanos; son la obra de mis propias manos, y les di su conocimiento el día en que los creé; y en el Jardín de Edén le di al hombre su albedrío” (Moisés 7:32).

Esta manera de proceder con ayuda, no condenación; con comprensión, no acusaciones; con simpatía, no amenazas— esto ha causado que muchos hombres se postren de rodillas en señal de rendimiento y gratitud, y los ha ayudado a volver a un estado normal. Con esta inspiración, la persona ve reno­vada su esperanza. Si es hecho a imagen de Dios, se siente im­pulsado a procurar ascender, porque ahora debe ser semejante a Dios cuyo hijo él es. Tiene nuevos recursos de que echar mano; ya no es vil y degenerado; ahora debe ascender.

La comunicación continua parece ser útil. Instar al hombre a que vuelva para informar del éxito en sus esfuerzos, o incluso para referir un fracaso parcial, es provechoso; y a estas visitas continuas hay que atribuir mucho crédito por la rehabilita­ción. Otra fuerza adicional proviene de saber que tendrán que dar informes, y así las personas se gobiernan a sí mismas y a sus pensamientos, primero un día, luego toda una semana; y los meses pronto pasan, y ya han dominado sus pensamientos y sus actos son irreprochables.

De modo que nuestra manera de proceder es positiva, y se hace hincapié en las glorias del evangelio y todas sus bendi­ciones, en la felicidad de una vida familiar correcta, en la alegría que viene de la pureza individual. El éxito que ha logrado se refleja en las numerosas vidas que han sido ben­decidas con un restablecimiento completo.

Es esencial la aceptación de la responsabilidad personal.

Como sucede con cualquier otro pecado, el perdón y el restablecimiento dependen del arrepentimiento del ofensor, el cual empieza por la admisión del pecado y la aceptación de la responsabilidad personal al respecto. Hay algunos que se en­cuentran profundamente arraigados en el vicio y no tienen ningún deseo aparente de purificarse y proceder hacia una vida moral. Son agresivos y se niegan por completo a cooperar.

Un joven mentía persistentemente. Seguía insistiendo en que se le dijera quién lo había denunciado. Se le hizo ver que lo importante no era quién lo había denunciado, sino cuan rápidamente podía él colocarse en posición de recibir medica­mento espiritual. Al salir del cuarto, se le dijo con toda ter­nura: “Aparentemente usted no desea tratar el problema esta noche. Dentro de poco usted querrá hacerlo, y sepa que hallará la puerta abierta y en nuestros corazones simpatía por usted.” Pasaron varios meses sin saberse de él; entonces un día sonó el teléfono, y era él, que pedía una cita. Vino a vernos y desahogó su alma voluntariamente; descendió el alivio sobre él e inició su rehabilitación.

Sigue en gravedad al acto de no querer reconocer el pe­cado, el intento de justificarse uno mismo en esta perversión. A muchos se les ha informado erróneamente que nada pueden hacer en cuanto al asunto, que no son responsables de esa tendencia y que “Dios así los hizo”. Esto es tan falso como cualquiera de las otras mentiras diabólicas que Satanás ha inventado. Es una blasfemia. El hombre ha sido creado a imagen de Dios. ¿Acaso piensa el pervertido que Dios es “así”?

A los débiles que se valen de este argumento, el apóstol Santiago contesta:

“Bienaventurado el varón que soporta [es decir, resiste] la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman.

“Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal; ni él tienta a nadie;

“sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido.

“Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.

“Amados hermanos míos, no erréis” (Santiago 1:12-16).

A veces se culpa no a los padres celestiales, sino a los terre­nales. Aun cuando se diera por sentado que ciertas condiciones facilitan el que uno llegue a convertirse en un pervertido, el segundo Artículo de Fe enseña que el hombre será castigado por sus propios pecados. Tiene la capacidad, si es normal, para sobreponerse a las frustraciones de la niñez y sostenerse sobre sus propios pies.

“El alma, que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo…” (Ezequiel 18:20).

El hombre puede valerse de pretextos y exculparse a sí mismo hasta que la zanja llega a ser tan profunda, que no puede salir sino con mucha dificultad. Sin embargo, las tenta­ciones vienen a toda persona. La diferencia entre la persona vil y la persona digna generalmente consiste en que uno asin­tió y el otro resistió; y si la persona que consiente sigue cediendo el paso, finalmente puede llegar al punto de “no poder volver”. El Espíritu “no contenderá siempre con el hombre” (D. y C. 1:33).

Algunos dicen que el matrimonio ha fracasado; y aun cuando el número de divorcios nos hace temer y admitir que en parte es verdad, el principio del matrimonio es correcto. Algunos han alterado sus deseos y anhelos, y se han conven­cido a sí mismos de que son diferentes y de que no sienten ningún deseo hacia el sexo opuesto. Esto bien se puede comprender si la persona se ha dejado llevar en dirección opuesta, y ha prodigado, durante un tiempo suficiente, sus intereses, deseos, afectos y pasiones a uno o a una de su propio sexo. Llega a arraigarse. Sin embargo, arrepiéntase este individuo de su perversión, oblíguese a volver a ocupaciones, intereses, actos y amistades normales con el sexo opuesto, y esta prác­tica normal puede volverse natural otra vez.

No hay que volver atrás.

Es imperativo que una vez que la persona haya encauzado sus pasos por la vía que conduce al restablecimiento y al do­minio propio, no vuelva hacia atrás. “Ninguno—dijo el Sal­vador—que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” (Lucas 9:62).

Sin embargo, Satanás no se dará por vencido fácilmente. Al contrario, probablemente enviará una hueste de tenta­ciones nuevas para debilitar la determinación del arrepentido. S. Lucas lo detalla al pintarnos este cuadro:

“Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo; y no hallándolo, dice: Volveré a mi casa de donde salí.

“Y cuando llega, la halla barrida y adornada.

“Entonces va, y toma otros siete espíritus peores que él; y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero” (Lucas 11:24-26).

Aquel que se arrepiente debe apartarse de toda persona, lugar, cosa o situación que pudiera evocar recuerdos del pasa­do deshonesto. Debe evitar la pornografía en la forma que sea: cualquier relato, fotografía o grabación que incite las pasiones. Debe apartarse de la compañía del “príncipe de este mundo” (el diablo: Juan. 14:30) y de todo este tipo de amistades. Debe buscar nuevos amigos, establecer nuevos sitios y dar principio a una vida completamente nueva. Debe guiarse por el consejo del apóstol Pablo:

“Pero os ordenamos, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os apartéis de todo hermano que ande desordenadamente” (2 Tesalonicenses 3:6).

Debe hacer cuanto se requiera para lograr que este des­prendimiento sea una separación total y completa, a fin de que pueda empezar de nuevo. A los que protestan por motivo del costo o inconveniencia, quisiera citar lo siguiente:

“Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mateo 16:26).

El dulce sabor de la libertad.

Han llegado a las oficinas de la Iglesia muchas cartas de agradecimiento y testimonio, en las que se expresa el gozo del triunfo y la victoria, y las satisfacciones que resultan de una consumación feliz. Una que se recibió de un joven es muy relevante. Se había desviado cuando apenas era un niño de diez años, como resultado de la curiosidad. Sin embargo, no podía borrar por completo la memoria de ello. Esto fue lo que escribió:

“A medida que iba creciendo me sentía demasiado avergonzado para comunicarlo a persona alguna hasta que llegué a la edad de ser misionero. Sabía que por ser una niñería no era tan grave; sin embargo, fue una pesada carga durante los años y me remordía la con­ciencia. Cuando se me entrevistó para salir a la misión, recibí la bendita paz que debí haber conocido todo ese tiempo, porque mi amable obispo dejó limpia la hoja y me encomió por los muchos años de pureza. Cuán agradecido me sentía por el privilegio de dejar mi carga sobre los hombros del obispo. Sentí que estaba sano y limpio.”

Otro joven que se había visto con el agua hasta el cuello escribió:

“Todavía estoy trabajando y ajustándome a las nuevas actitudes mentales que se han formado durante el año pasado. . . Me he sentido bien feliz y contento. Todavía hay luchas, pero en medio de todo ello puedo mirar hacia atrás y ver una mejora, lenta pero segura… Jamás podré expresar en forma completa mi agradecimiento por la ayuda que la Iglesia me ha brindado. Al fin me siento libre de los grilletes de tan nefaria esclavitud. Gracias muy sinceramente.”

Con frecuencia estos hombres, aliviados de alguna tensión y felices por las posibilidades de una vida nueva, expresan en sus confesiones un afán de que también se brinde ayuda a sus antiguos tentadores y compañeros. Han alentado a estas per­sonas a que busquen ayuda, y si desean recibirla por medio del programa de la Iglesia, gustosamente les es proporcionada. Como ya se dijo, el método es uno de bondad y no de acusa­ción. Se le permite a la persona hacer su propio relato en su propia manera, y entonces de un modo confidencial se le ayuda a transformarse a sí misma.

Dios ama al pecador.

En síntesis, el programa de la Iglesia es el siguiente:

  1. La enfermedad: El pecado mental y físico.
  2. El instrumento: La Iglesia y sus agencias y programas.
  3. El medicamento: El evangelio de Jesucristo con su pu­reza, hermosura y ricas promesas.
  4. La curación: La actitud correcta y el autodominio por medio de la actividad y buenas obras.

Los obispos y los presidentes de estaca y de misión deben estar pendientes, y vigilar y tratar con bondad, pero con fir­meza, a todo este género de ofensores, cuyas ofensas lleguen al conocimiento de ellos. En las cuidadosas y minuciosas entre­vistas efectuadas por aquellos que dirigen, es muy posible que salgan a luz estas debilidades. Muchos de los que incurren en esta práctica repugnante son básicamente personas buenas que han caído en los lazos del pecado. Estas se someten a un método bondadoso y útil. A los que no lo hagan, será necesario disciplinarios cuando resulten infructuosos todos los demás tratamientos.

Recordemos que el Señor ama a la persona homosexual así como a todos sus demás hijos. Cuando tal persona se arre­pienta y enmiende su vida, el Señor sonreirá y lo recibirá.

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Una respuesta a El Milagro del Perdón

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